Época:
Inicio: Año 1400
Fin: Año 1450

Antecedente:
Los esplendores del gótico: el palacio de Olite

(C) Javier Martínez de Aguirre



Comentario

Continuamente Carlos III supervisa las obras. Sus visitas a veces terminan en celebraciones con vino para los artistas; en otros casos recompensa a los directores por la buena marcha de los trabajos durante sus largas ausencias del reino. El orgullo que siente por su obra favorita le hace encaminar al palacio a embajadores de otros reinos, para que puedan luego hablar de las maravillas que han visto. Y en realidad tenía de qué sentirse satisfecho, al menos eso es lo que debemos concluir tras leer las palabras de un visitante alemán que lo conoció en todo su esplendor: "seguro estoy de que no hay rey que tenga palacio ni castillo tan hermoso, de tantas habitaciones doradas (...) No se podría decir, ni aun se podría siquiera imaginar, cuán magnífico y suntuoso es dicho palacio".
El proceso constructivo siguió una serie de pasos que nos son perfectamente conocidos gracias al análisis de la documentación. Desde el primer contacto visual se advierte una clara diferenciación entre dos complejos: el actual Parador de Turismo y la amalgama de torres al otro lado de la parroquia de Santa María, separados por un área ruinosa. El Parador se aloja en el núcleo primitivo, cuyo origen se ha querido romano, perteneciente a los monarcas navarros al menos desde el siglo XIII. Lo podemos denominar palacio viejo. En él introdujo inicialmente ciertas mejoras Carlos III, incluida la compra de solares para ampliar su entrada. A la vuelta de su primer viaje a Francia da comienzo a las nuevas construcciones anejas al muro meridional del palacio viejo, bajo la supervisión de la reina doña Leonor. El sello de la castellana se advierte tanto en la presencia de un maestro propio (Juce de Sahagún) como en la profusa utilización del ladrillo.

Allí se levanta la nueva capilla de San Jorge, una torre, cámaras y galerías, todo ello hoy en ruinas. Mientras tanto, Carlos III la animaba con entregas de fondos y se dedicaba por su cuenta a rehacer los jardines y huertos. En 1402 el rey decide la construcción de la Gran Torre, núcleo del nuevo complejo palaciego, a la que se irán yuxtaponiendo edificaciones siguiendo el eje longitudinal marcado por las fortificaciones de la villa; torres, patios y galerías, unas funcionales, otras caprichosas, otorgarán su peculiar planta y recortado perfil al palacio olitense. Con un ritmo hasta entonces desconocido (unas 12.000 libras anuales de gasto), en poco más de un año se alzan la Gran Torre y la Galería Dorada, incluida su decoración pictórica; junto a ella la Torre Nueva, de suerte que para 1406 habían quedado ultimadas las estancias residenciales interiores más amplías, en concreto lo que hoy conocemos como salas del rey y de la reina, en el piso noble.

Entre 1406 y 1408, adosa Martín Périz dos torrecillas, una llamada de la Vit, por la escalera de caracol que aloja y que comunica los distintos niveles del palacio, y otra conocida como del Retrait, es decir, de una pequeña estancia aneja a la gran sala. Al mismo tiempo, a la altura del piso noble se disponen varias galerías (una hacia el jardín, otra hacia la casa del concejo y otra bordeando la gran carrera pública) que delimitan unos pequeños patios interiores (los de la morera y la pajarera), que también son específicos de Olite, frente a los grandes jardines que vemos en palacios contemporáneos, como los que dispondría años más tarde Tafalla.

Un período de menor actividad supuso el tercer viaje real a Francia, durante el cual se alzó la Torre del Aljibe. Carlos III regresó con nuevos ánimos y con excelentes operarios, reclutados probablemente en la capital francesa. Es el momento de los caprichos y atrevimientos. Primero la Torre Ochavada, llamada en nuestros días de las Tres Coronas, con su juego de octógonos decrecientes. Más tarde la de las Tres Grandes Finiestras, que hoy denominamos de los Cuatro Vientos, con sus balconcillos volados, y la de la Joyosa Guarda, actualmente conocida como la Atalaya o Torre del Vigía. Las tres acusan un interés mayor por la complacencia estética que por la pura funcionalidad. Sus mismos apelativos medievales resuenan con ecos de relatos caballerescos. Otros ámbitos del conjunto reciben nueva decoración, como los ventanales del palacio viejo cuyos variados motivos animan la sobriedad de la fachada.

En 1414 el palacio había alcanzado su máxima extensión. Dentro del perímetro se atreverán a levantar el jardín suspendido enmarcado por triple arquería trabajada a manera de claustrillo, que descansa sobre una amplia sala, todavía sin restaurar, cubierta por una sucesión de potentes arcos apuntados. Para 1418 el monarca podía dar por concluida la tarea, a falta de culminación en detalles ornamentales (pinturas murales, vidrieras) y en mejoras particulares. Por desgracia, hemos perdido el resultado de la dedicación de gran parte de los artistas: todas las realizaciones de carpinteros y pintores desaparecieron con el paso del tiempo y los incendios. Los documentos aluden a la existencia de techumbres de lacería elaboradas por mudéjares en Tudela y trasladadas a Olite. Podemos imaginar el llamado aposento de los ángeles o cámara de los escudos, donde diez escudos con las armas reales eran sostenidos por parejas de ángeles. Quizá las alusiones a una cámara y una torre de los lebreles se deban a la existencia de tapices con estos animales, preferidos del rey Noble a juzgar por el título de la orden de caballería, la del Lebrel Blanco, que él mismo creó.

Alguna referencia es más explícita: el pintor Robin diseñó sobre las paredes del claustrillo ramas de naranjo con dos naranjas cada una. Angeles, animales, plantas, temas heráldicos, Olite participa de la iconografía extendida por las residencias palaciegas de toda Europa y que ya ornamentaba otras residencias de Carlos III como Tudela. La fortuna ha hecho perdurar hasta nuestros días un fragmento de la decoración de yesos que recubría los muros. Consta de diez paneles con sus cenefas repletos de lazos variados de seis, de ocho, de doce, y de dieciséis, combinados con elementos vegetales, todo dentro de la más pura tradición mudéjar tan escasa en Navarra.

El ver toda esta riqueza hace evidente que ningún monarca navarro hasta Carlos III se había empeñado en edificar un palacio de tales características, en el que primase lo residencial y cortesano sobre lo militar. La comparación habría de establecerse con lo que, por las mismas fechas, alzaban sus familiares Valois en sus posesiones francesas. Tampoco ningún monarca navarro posterior, amenazados siempre por las sombras de la guerra, se atreverá a algo similar. ¿Navarro o importado? Sería ingenuo pretender que pudiera haber existido un tipo de palacio gótico específicamente navarro, del cual Olite fuera ejemplo arquetípico. Basta con ver el carácter sincrético de todo el arte medieval en el viejo reino y comprobar la ausencia de una tradición palaciega previa para afirmar la carencia de un estilo diferenciador. Tampoco es un palacio francés o castellano importado e implantado en el corazón de Navarra.

La planta no proviene de ningún antecedente elegido, sino del actuar aditivo que caracteriza tantos monumentos medievales religiosos y civiles en toda Europa, con la diferencia en este caso de carecer de plan previo completo. Los elementos constructivos tienen paralelos en otros edificios europeos (Aviñón, Mallorca, etcétera), si bien en todos los casos los parecidos no hacen sino confirmar su pertenencia al lenguaje común del gótico. Sincretismo, eclecticismo buscado por la voluntad del promotor, conjunción de lo europeo y lo peninsular, del avanzado arte de sus familiares Valois con el lujo exótico, en cuanto que mudéjar, de su familia política, la de los reyes de Castilla. Olite fue el deseo de Carlos III el Noble, lugar elegido donde con su corte y sus juglares, su zoo particular y sus amplios jardines enriquecidos con plantas de lejano origen, decidió "en la mayor partida de nuestro tiempo fazer (...) habitación et morada".